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El Juego De La Vida

No hay juego que genere más pasiones y arrebatos que el fútbol. Los hinchas viven los triunfos y las derrotas de sus equipos como propias, y esa simbiosis nos hace preguntarnos qué hace que se produzca un fenómeno de masas como este. Y la respuesta tiene que ver con la vida misma.

Lo que nos lleva a muchos hombres y progresivamente a muchas mujeres a encantarnos con este deporte es tanto el objetivo final -ganar el partido o la copa mundial- como también el permiso para realizar a través de él las descargas de sentimientos acumulados que nos hemos ido guardando con el tiempo, muchas veces por falta de asertividad. Mediante el pretexto del ánimo y el entorno deportivo nos es permitido social-mente hacer catarsis en un ambiente expansivo. El problema es que muchas veces hacemos estas mismas descargas de energías a costa de terceras personas en lo cotidiano: con la pareja, los hijos, el trabajo y, por cierto, en el espacio ciudadano.

Nuestra manera de ser se refleja tanto frente a un partido de fútbol como en lo cotidiano, y dependiendo de cómo nos manejemos es el resultado final que conseguiremos. Si para todos o la mayoría de las personas ese resultado es "ganar" -un objetivo que en la vida se traduce en generar mayores ingresos económicos, ser reconocidos, liderar o simplemente decidirse a ser felices-, es importante analizar cómo nos
estamos enfocando en la práctica a nivel de conductas y -más importante aún- de pensamientos para el logro de nuestros sueños. Dicho de otro modo, cómo estamos pavimentando el camino que nos lleva a ese sueño.

En numerosas ocasiones he escuchado decir que nuestros deportistas no se "creen el cuento" y que se dan por derrotados antes de enfrentar un partido. También he escuchado decir que les falta disciplina y rigor en pos de obtener logros que se desprendan del esfuerzo y de trabajar aquellos comportamientos más débiles de cada jugador. Por ejemplo, si uno detecta que le cuesta mantener su energía hasta el final de un partido, es precisamente esa área la que debiera trabajar con tesón, y si otro jugador es muy proclive a enganchar con las agresiones recibidas en la cancha, lo que debiera reforzar son las conductas que le permitan proseguir en su meta y no dejarse llevar por rabias ajenas. De este modo no desgastará energías inútiles en contestar una agresión y se concentrará en jugar bien y ganar el partido.

Pensemos entonces en nuestras conductas erradas, aquellas en las que incurrimos sin darnos cuenta mientras jugamos el gran partido de la vida. Algunos ejemplos:

  • Muchas veces partimos derrotados mentalmente; por ejemplo, nos decimos internamente que es casi imposible que ganemos el partido.
  • Pensamos o comentamos: "Se nota la superioridad de los contrarios", aunque apenas lleven unos pocos minutos jugando.
  • 0 actuamos con arrebato: "Tengo tanta rabia con mi vida que voy a aprovechar de decir garabatos con el fin de desahogarme a costa de mis contrincantes".
En definitiva, actuamos como si fuéramos una raza perdedora y ni nosotros mismos nos creemos consistentes para enfrentar tanto un partido de fútbol como muchas situaciones de la vida cotidiana en donde se ponen en juego nuestras fortalezas.

En cambio, si tomamos la vida, el deporte y a nosotros mismos con respeto, seguridad y asertividad estaremos apostando a ganadores, sin pensar en el espejo social ni en lo que creemos que los demás nos exigen. Sólo asegurémonos de mostrarnos verdaderamente confiados en que los partidos se trabajan hasta el final y que estamos dispuestos a mojar la camiseta para lograr lo que nos proponemos como seres humanos.

Cuánto nos cambiaría la vida si nos convirtiéramos en nuestros propios entrenadores; aquellos que nos ayudan a encauzarnos en lograr los objetivos sin dilapidar energías valiosas en pensamientos depresivos, inseguros o agresivos. Hay momentos en que ello no parece fácil, pero es el camino a seguir para llegar al logro de nuestros sueños.

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